Me he acordado de uno de esos famosos discursos – arengas motivadoras, que en la situación actual del Covid – 19 viene al dedillo para homenajear a todas esas personas que están dando lo mejor de si mismas por puro altruismo. Desde cualquier trabajo, ya sea en el ámbito Sanitario, a las Fuerzas del Orden,… y aquellas que desde un supermercado nos atienden cada día con una sonrisa esperanzadora.
Estoy hablando de la Obra Enrique V de Shakespeare.
Primero os pongo en situación… vísperas de una batalla entre ingleses y franceses en las que los primeros están en franca desventaja frente a los segundos. Para darnos una idea 6.000 contra 25.000.
Así que copio el Acto IV, escena III.
WESTMORELAND
¡Ojalá tuviéramos aquí ahora!
Aunque fuera diez mil de aquellos hombres que en Inglaterra
Están hoy ociosos!
REY ENRIQUE V
¿Quién pide eso? ¿Mi primo Westmoreland? No, mi buen primo: Si hemos de morir, ya somos bastantes. Para causar una pérdida a nuestro país; y si hemos de vivir.
Cuantos menos hombres seamos, mayor será nuestra porción de honor.
¡Dios lo quiera! te lo ruego, no desees un solo hombre más.
Por Júpiter, no codicio el oro, ni me importa quién se alimente a mi costa; no me angustia si los hombres visten mis ropas; esos asuntos externos no ocupan mis deseos: pero si es pecado codiciar el honor, soy la más pecadora de las almas vivientes.
No, créeme, primo, no desees un solo hombre de Inglaterra:
¡Paz de Dios! no perdería un honor tan grande como el que un solo hombre creo que me arrebataría por lo que más deseo. ¡Oh, no pidas uno solo más!
Proclama, en cambio, Westmoreland, por mi ejército, que el que no tenga estómago para esta pelea, que parta; se redactará su pasaporte y se pondrán coronas para el viático en su bolsa: no quisiéramos morir en compañía de un hombre que teme morir en nuestra compañía.
Hoy es el día de san Crispín: el que sobreviva a este día y vuelva salvo y sano a casa, se elevará sobre la punta de sus pies cuando se mencione esta fecha, y se crecerá por encima de sí mismo al oír el nombre de san Crispín.
El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, todos los años, en la víspera de ese día, invitará a sus amigos, y les dirá: “mañana es san Crispín”. Entonces se subirá las mangas y enseñando sus cicatrices dirá: «Recibí estas heridas el día de San Crispín».
Los viejos olvidan, pero incluso quien lo haya olvidado todo, recordará las hazañas que hoy llevará a cabo.
Y nuestros nombres serán para todos tan familiares como los de sus parientes, y serán recordados con copas rebosantes de vino: el rey Enrique, Bedford, Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester, … Esta historia la contará un buen hombre a su hijo: y desde hoy hasta el fin del mundo jamás llegará el día de san Crispín sin que a él vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, pequeño y feliz ejército, de nuestra banda de hermanos.
Pues el que hoy vierta conmigo su sangre será mi hermano: por vil que sea, este día le ennoblecerá su condición, y los caballeros que ahora permanecen en el lecho de Inglaterra se considerarán malditos por no estar aquí, y su nobleza será humillada cada vez que oigan hablar a uno de los que haya combatido con nosotros el día de san Crispín.
El resultado fue… que increíblemente ganaron las tropas inglesas.
En la actualidad identificamos al enemigo con ese pandémico virus y los honorables, a los vencedores que cada día nos otorgan generosamente lo mejor de sí mismos.
A los mencionados al principio de esta entrada, vayan mis más sinceras felicitaciones y ánimos para soportar y vencer esta batalla que se libra globalmente y en el interior de cada uno.